22 de junio de 2006

Navidades herejes

En la insoslayable conversación homofóbica de la sobremesa navideña, mi muy católico primo cuenta el siguiente episodio:

Dos sacerdotes (para más datos, amigos suyos) miran TV en el momento en que actúa Antonio Gasalla. Entonces, uno de ellos dice: “¡Qué cara de trolo tiene!!” Y el otro agrega: “ Y voz también“. Por supuesto, el primero entiende “y VOS también” (y bue... por muy curas que sean hablan en argentino), ergo, se atraganta en un prolongado “Ahhhhhhh”. Y el segundo, el mal pronunciado, desesperado, aclara: “Nos vos, sino la voz que tiene”. Y el primero; “Ahh“ (esta más breve) Sobreviene la calma eclesiástica.

La cuestión es que, sospecho, en esos segundos de confusión, el escarnecido habrá deseado para el ofensor tormentos varios que van desde un campamento de refugiados en África, pasando por el infierno, hasta llegar a una semana al servicio del Papa Juan Pablo II (esta historia es pre Benedicto XVI, y no creo que, de haber sucedido en estos tiempos, el insultado hubiera ido tan lejos con sus malos pensamientos)

Terminado el relato, y como corresponde a un grupo de machos arrrgentinos, nos reímos a mandíbula batiente. Pero lo que nadie dijo, y estoy seguro rondó los masculinos cerebros de mi familia, excepto claro está, el de mi muy apostólico primo, es por qué habría de sorprenderse tanto el cura de que lo creyeran puto, ya que todos lo son. Porque, para el argentino medio todos los curas son putos, o al menos algún “defectillo” deben de tener, pues si no, no se entiende que no garchen.

Y entonces, me imagino a cualquiera de mis tíos preguntándome (como estudié letras, todos me toman por una especie de diccionario ambulante): “Eh, sobrino: ¿cómo le dicen a no garchar?” Y yo: “Celibato, tío”. Y mi tío: “Sí, ahora le dicen así.... “

14 de junio de 2006

El acontecimiento perdido, como animal hambriento muerde la conciencia. Y con cada dentellada: el dolor. Mas nada puede hacerse. El pasado permanece en las sombras, quieto. Y no obstante, una vez y otra y otra más, sobre él nos arrojamos, esperanzados de hallar en sus entrañas ese secreto que volviera transparentes nuestras vidas.

8 de junio de 2006

Que la imagen de alguien ya nunca se pose en nuestras pupilas parece improbable en una ciudad como esta, tan indigente de recovecos, tan aquí nos conocemos todos. Y sin embargo, sucede: hay gente que se nos cae de las agendas, gente cuya voz jamás vuelve a asomarse a nuestros oídos, gente que, de una vez y para siempre, hace sonar una llave en una cerradura…

Así ocurre: en un momento están y al siguiente, como por un pase de magia, se esfuman sin dejar siquiera una estela tras de sí. Pero pese a esta carencia algo subsiste, flotando, disperso, algo que en cuanto alcanza cierta concentración se asienta en el pecho, desde donde asciende hasta la garganta y allí permanece. Algo que acaso sólo encuentre salida en los poemas que les escribimos a esos, los que sigilosos, desertaron de nuestras vidas.