CLAUDINA EN LA ESCUELA
Por María Moreno.
"A los catorce años no me gustaba leer. En cambio miraba televisión durante casi todo el día. Veía Any Okley, El hombre del rifle, Papá lo sabe todo, Doctor Kildare, Pero es mamá quien manda. Había dejado el colegio, me veía feísima y eludía toda invitación con una frase que repetía como un mantra y con la que pretendía disimular mi angustia: “La verdad es que me da lo mismo”. Se me diagnosticó una depresión. Mi madre, amén de obligarme a dar libre el tercer año del secundario, pretendió ofrecerme una salida cultural. Cada tarde me llevaba a la librería Santa Fe que por entonces, creo recordar, quedaba entre Larrea y Azcuénaga. No compraba nada pero le gustaba detenerse a hablar con el librero que se llamaba Bernardo Carey; allí mismo, en alguna de las mesas, estaba su libro Adiós a la izquierda. Con vago interés yo miraba sus ojos celestes, sus anteojos de aro grueso y su mechón de pelo sobre la frente. Todo encajaba. Caramba. Aquel hombre no sólo era de izquierda (¿un comunista?) sino que ya había dejado a la izquierda atrás. Mucho no me impresionó puesto que seguí mirando televisión incansablemente.
Pero hubo una vez en que mi madre sí me compró un libro. En la tapa una joven de largo vestido romántico y pelo hasta la cintura, posaba frente a un pupitre; se llamaba Claudina en la escuela y era de Colette. Algo en la actitud de Carey me hizo sospechar que no era un libro para menores: una manera de desviar la atención de mi madre hacia otros libros cuyos títulos no recuerdo. Pero no la persuadió de que lo cambiara. Claudina en la escuela comenzaba así: “Me llamo Claudine y vivo en Montigny; aquí nací en 1884; probablemente no muera en este mismo lugar”. La frase era insolente, directa, prometía ¡Y cuánto! Las compañeras de Claudina se daban pellizcos, mascaban el lacre de las cartas y se hacían salvajadas inimaginables en un pueblo descrito como poco avispado. Sin embargo, eso no era todo. La directora de la escuela de Montigny era amante de su asistente y algunas alumnas, como la perversa Agnés y la débil Luce, formaban parte de ese lesbos adonde también había un voyeur, el dr. Dutertre, que manoseaba a las niñas y se acostaba con la maestra. Encima Claudina no tenía madre. La mía, en cambio, alarmada por mi expresión visión viciosa, la tele apagada y Claudina en la escuela siempre abierto, me quitó el libro y se ofendió a distancia con Bernardo Carey.
El psiquiatra me había recomendado terapia laboral, así que empecé a ayudar con los deberes a un par de chicos del barrio. El primer cobro me bastó para volver a la librería Santa Fe. Bernardo Carey me dijo que Claudina en la escuela no era un libro para chicas, pero me guiñó un ojo mientras me lo envolvía. No me preguntó que había pasado con el otro. El psiquiatra y la terapia laboral estaban de más. Colette me había curado al prescribirme para siempre el deseo de felicidad, la soberanía solitaria y el cultivo de todos los usos del pecado mortal. "
Pero hubo una vez en que mi madre sí me compró un libro. En la tapa una joven de largo vestido romántico y pelo hasta la cintura, posaba frente a un pupitre; se llamaba Claudina en la escuela y era de Colette. Algo en la actitud de Carey me hizo sospechar que no era un libro para menores: una manera de desviar la atención de mi madre hacia otros libros cuyos títulos no recuerdo. Pero no la persuadió de que lo cambiara. Claudina en la escuela comenzaba así: “Me llamo Claudine y vivo en Montigny; aquí nací en 1884; probablemente no muera en este mismo lugar”. La frase era insolente, directa, prometía ¡Y cuánto! Las compañeras de Claudina se daban pellizcos, mascaban el lacre de las cartas y se hacían salvajadas inimaginables en un pueblo descrito como poco avispado. Sin embargo, eso no era todo. La directora de la escuela de Montigny era amante de su asistente y algunas alumnas, como la perversa Agnés y la débil Luce, formaban parte de ese lesbos adonde también había un voyeur, el dr. Dutertre, que manoseaba a las niñas y se acostaba con la maestra. Encima Claudina no tenía madre. La mía, en cambio, alarmada por mi expresión visión viciosa, la tele apagada y Claudina en la escuela siempre abierto, me quitó el libro y se ofendió a distancia con Bernardo Carey.
El psiquiatra me había recomendado terapia laboral, así que empecé a ayudar con los deberes a un par de chicos del barrio. El primer cobro me bastó para volver a la librería Santa Fe. Bernardo Carey me dijo que Claudina en la escuela no era un libro para chicas, pero me guiñó un ojo mientras me lo envolvía. No me preguntó que había pasado con el otro. El psiquiatra y la terapia laboral estaban de más. Colette me había curado al prescribirme para siempre el deseo de felicidad, la soberanía solitaria y el cultivo de todos los usos del pecado mortal. "
MONIQUE EN SU DIARIO
Por: Sergio P.
Cada vez que enfrento este texto (sí, lo he leído varias veces, incluida esta en que lo tipeé) me pregunto cuál de los libros que leí produjo en mí un efecto similar. Si me remonto a mi adolescencia, tampoco yo leía demasiado y sí -como Moreno-, veía mucha tele. Obviamente mis programas favoritos eran otros: V (invasión extraterrestre), El caminante, Brigada A, Los profesionales (que comparados con los de la Canosa eran unos ángeles), Las Vegas, Robotech.
Respecto de los libros, si bien de tanto en tanto hojeaba alguno, no sentía que ninguno contara entre sus habilidades la de modificar sustancialmente mi vida. Pero un día algo debió de suceder, algo importante, pues desde ese instante ya nunca pude apartarlos de mi lado.
“La mujer rota” de Simone de Beauvoir, es el primer título que me viene a la mente. Sí, ese fue uno de los primeros libros “serios” que leí. Antes había transitado por alguna colección infanto-juvenil. Pero a nivel de shock, a no dudarlo, ese fue el primero. Me impresionó sobre todo que la gente pensara tanto en su vida y en la de los demás, que la existencia fuera objeto de análisis. Sí, era eso, algo tan diferente de lo que veía a mi alrededor, donde la gente se ocupaba de sus asuntos (de los ajenos, también. Chismes que le dicen), pero no examinaba demasiado. Y yo quería eso. Yo ERA eso. Los que me conocen lo saben. De pronto sentí que cuestionarme las cosas no me hacía un bicho raro, o sí, pero no el único. Y eso, de algún modo me tranquilizó.
Y ahora la pregunta (sé que a algunos les fastidia este tipo de post, pero sabrán entender, es verano y no se me ocurrió otra cosa y, además, el texto disparador es hermoso) ¿qué libro causó un verdadero revuelo en tu vida? ¿por qué?
Respecto de los libros, si bien de tanto en tanto hojeaba alguno, no sentía que ninguno contara entre sus habilidades la de modificar sustancialmente mi vida. Pero un día algo debió de suceder, algo importante, pues desde ese instante ya nunca pude apartarlos de mi lado.
“La mujer rota” de Simone de Beauvoir, es el primer título que me viene a la mente. Sí, ese fue uno de los primeros libros “serios” que leí. Antes había transitado por alguna colección infanto-juvenil. Pero a nivel de shock, a no dudarlo, ese fue el primero. Me impresionó sobre todo que la gente pensara tanto en su vida y en la de los demás, que la existencia fuera objeto de análisis. Sí, era eso, algo tan diferente de lo que veía a mi alrededor, donde la gente se ocupaba de sus asuntos (de los ajenos, también. Chismes que le dicen), pero no examinaba demasiado. Y yo quería eso. Yo ERA eso. Los que me conocen lo saben. De pronto sentí que cuestionarme las cosas no me hacía un bicho raro, o sí, pero no el único. Y eso, de algún modo me tranquilizó.
Y ahora la pregunta (sé que a algunos les fastidia este tipo de post, pero sabrán entender, es verano y no se me ocurrió otra cosa y, además, el texto disparador es hermoso) ¿qué libro causó un verdadero revuelo en tu vida? ¿por qué?