Desatento al calendario
que sugería unos pocos
rayos tibios
el sol calcina esta tarde
de otoño
como en otras ocasiones
dos amigos vagan por las
calles de un pueblo
la diferencia es que hoy
después de largo tiempo
lo hacen solos -los niños
los de ella, han quedado
en casa
al cuidado del padre-
como antes fuman
y mientras fuman y
caminan
hacen el recuento de sus
fracasos
si no fuera por el modo
en que estas cosas son
dichas
pasarían por dos
tangueros
por dos heroínas de
telenovela
pero como un polizón
el humor se cuela entre
sus palabras
y las carcajadas espantan
la amargura
y sí, aunque se saben los
orejones últimos
del gran tarro del mundo
lo mismo ríen, ríen
de las asperezas de su
oficio
de la quejosa vejez de
sus padres
de los amantes evaporados
en las vísperas
del temor a lo oculto
tras dulces casas de retiro
tras endomingados parques
de descanso
ríen porque saben también
-de una forma oscura pero
lo saben-
que cada vez que se
junten
revivirá en ellos
algo de la despreocupada
invencible eternidad de
su juventud.