31 de agosto de 2006

Hay una especie de locura en sufrir por lo que se desconoce (padecer de una voz nunca oída, de una piel jamás rozada). Y sin embargo, esas ausencias, esos vacíos, duelen.

7 de agosto de 2006

Sosiegos

reducirlo todo a ir tras unas manos:

esas, las dulces, delicadas artífices del sosiego (¿del cuerpo, del alma, del alma a través del cuerpo? ¡quién pudiera saberlo!);

en este punto, sobre todo, parece imprescindible no ceder a la tentación de husmear en su gracia, que quizá esté tejida de esa ignorancia y la preserve.

Sin embargo, pese a estas limitaciones de nuestro entendimiento, vislumbramos que son ellas las depositarias de la respuesta:

ellas, las flexibles, las huidizas, las que en ciertas circunstancias de tan materiales se vuelven etéreas;

esas manos de las que nada sabemos y de las que apenas sospechamos y de las que sólo obtenemos, un dulce sosiego.

1 de agosto de 2006

La saliva, de ordinario viajera imperceptible, hoy morosa, erizada de espinas por mi garganta se arrastra; y mis pulmones, olvidada su muda mansedumbre al tabaco, emiten rugidos que remedan los de alguna bestia: y entre acceso y acceso de tos siento mi cuerpo acercarse, trepar, alcanzar el centro de mis pensamientos: vuelvo entonces a ser un niño indefenso, urgido de las manos, la mirada y las decisiones de su madre.

( Y tendido en el horizonte, amenazador, el invierno)

Estoy enfermo, y extraviarme en esta maraña de secretarias, carnets, esperas y gestos y gastos y papelitos y horarios, me llena de tristeza; la recurrencia de estos estados (síntoma del ingreso en esa edad en que el cuerpo da cuenta de la acumulación de días y maltratos), me llena de tristeza, tristeza a cuya sombra, vigoroso, crece un fastidio demente hacia todo lo que rebosa lozanía, juventud.

Y en esta noche de vapores y ungüentos, en que la enfermedad sobre mí se despeña, no hay idea, por luminosa que sea, capaz de hurtarme a este lugar.