20 de octubre de 2006

Posadas en las ramas del duraznero, diminutas flores, auguran dulzuras en verano; el viento empuja leves nubes blancas, más blancas aún contra ese muy intenso telón azul; el techo de la pequeña casa vecina, es un imán que atrae sobre sí todo el sol. Y mi ventana que me abre al exterior, a eso que acontece fuera, más allá. Un estado perfecto para esta mañana, en que no quiero, en que no puedo, permanecer en mí.

13 de octubre de 2006

De pudores perdidos

Si en este instante alguien, un amigo por ejemplo, lo interrogara acerca del curso de su existencia, seguramente, por elegancia, por pudor, contestaría: “bien, estoy bien”.

El caso es que, cuando es él quien se formula esa pregunta y tiene la decencia de no mentirse, no puede responder semejante cosa. Curiosamente, tampoco lo contrario. Días estos en los que, como un autómata, vaga con el sentimiento de que la vida le regatea su presencia. Y este hecho que antes le hubiera pasado inadvertido ahora lo mortifica, pues, de un tiempo a esta parte, lo persigue la necesidad de que cada momento imprima su huella. Y he aquí el problema: al inventariar esa masa de acontecimientos que conforman su vida, son infrecuentes aquellos dignos de consignarse como “recuerdos del porvenir”.

La consecuencia (por conocida no menos temible), es el abatimiento. Y aunque sabe también (porque se lo han dicho, hasta el cansancio se lo han dicho) que debe aprender a sobreponerse, a ser más sólido que los vientos de sus dudas, sus angustias, sus fracasos, tampoco ignora que un diagnóstico preciso no garantiza los resultados. Entonces, la pregunta de siempre, la de cada mañana apenas salido de las brumas del sueño: cómo seguir, cómo.

2 de octubre de 2006

Lunes optimista

Podría darse el caso de que en un momento del cual nada se esperara, algo sucediera. Su noche sería tal, que no habría la posibilidad de saber qué es, ni que nombres le sentarían. Se ignorarían, asimismo, sus consecuencias. Aun así, seguiría siendo “algo”. Algo que dirigiera nuestras vidas por uno o dos días y que, tal vez, nos impulsara a salir en pos de otros “algo”, que colmarían a su vez otros dos o tres días, y así sucesivamente. Seguramente se les ajustarían cualesquiera de los nombres de lo trivial.

Pero también podría ocurrir que alguno de esos “algo” fuera más que eso y empujado por su propia fuerza se irguiera hasta transformarse en una evidencia, un centro. Para designarlo, se recurriría a una de esas formas privilegiadas que escapan al tiempo y al olvido.

Y entonces, el ahora nombrado, prolongaría sus raíces alma adentro, circularía por nuestras arterias, modificaría el tono y la textura de nuestra piel y acaso, nos restituiría al fin, la ilusión de siempre esperar algo.