¿Sugiere el nombre, como creían los latinos, un destino?
Repasemos algunos ejemplos.
En actitud digna de elogio, Anselmo Fracasso dedicó su vida a la redacción de libros de autoayuda. Idéntico aplauso podría destinarse a Laura Silvestri, experta en protocolo y buenos modales; al lic. Alejandro Gil especialista en tests de inteligencia; y a don Roberto Flamini que desde hace largo tiempo comanda el cuerpo de bomberos voluntarios.
Espíritus más endebles, por el contrario, se acoplaron a las exigencias de sus apellidos. Así, mis vecinos Baldearena que, naturalmente, se ocupan de trabajos de albañilería; la señorita Campana quien, aunque un poco anacrónica, se convirtió en maestra de grado; o Andrés Cinquemani que amén de destacado ingeniero agrónomo, es uno de los más poderosos terratenientes de nuestro país.
Entonces, como se ha visto, queda demostrado que algunas veces un nombre marca un destino; mientras que otras, provoca el ferviente deseo de contrariarlo.
Una última duda ¿tuvo tu apellido, querido lector, alguna relación con las decisiones de tu vida? Por lo pronto diré que en mi caso me ubico más bien del lado de los contradictores, pues si de algo no tengo ni la belleza ni la productividad es de un peral (eso dice el diccionario que significa, entre otras cosas mi apellido), sino todo lo contrario, diría que soy más bien un clavel del aire, propiamente del aire (Gelman dixit)