Rendida bajo el peso del sol, sedienta:
una siesta de verano.
Como sedienta, detrás de la ventana, la ansiedad de los niños acaricia la hora por venir cuando, caducos el sueño de los mayores y la prohibición de ausentarse, pueda por fin correr en pos del agua libre de la acequia.
Pero también:
de la arena, de la delicia del fruto rapiñado, del cabello frágil del sauce...
La radiante fatiga del juego y la piel tostada, que apague el vértigo aquel de ya nunca oír la voz que desflora la tiniebla, dice el mundo, lo crea.
La voz infantil, solar de las canciones que cada mañana, brotan de los labios de la madre.
una siesta de verano.
Como sedienta, detrás de la ventana, la ansiedad de los niños acaricia la hora por venir cuando, caducos el sueño de los mayores y la prohibición de ausentarse, pueda por fin correr en pos del agua libre de la acequia.
Pero también:
de la arena, de la delicia del fruto rapiñado, del cabello frágil del sauce...
La radiante fatiga del juego y la piel tostada, que apague el vértigo aquel de ya nunca oír la voz que desflora la tiniebla, dice el mundo, lo crea.
La voz infantil, solar de las canciones que cada mañana, brotan de los labios de la madre.