30 de mayo de 2007

Pero hoy las musas han pasao de mí


se habrán ido con el Nano.


Sabina






Quieto, frente al teclado acecho el arribo de las palabras (ah, tan dulce sería que se acercaran, me rozaran); tan quieto que se diría evito cualquier movimiento que pudiera amedrentarlas. Sin embargo, nada sucede.




Entonces, tímidamente comienzo a mover los dedos. Mas como las palabras hoy me esquivan, resbalan, no atrapo ninguna. Y esta deserción “palabreril” no deja de ser una afrenta a mi modestia a la que unas poquitas saciaban; esas, las que te convocaran, las que sólo para mí dibujaran tu rostro.




Pero ya lo dije, las palabras están hostiles, inmunes a mis encantos. ¿Será que han sucumbido a seductor más avezado y habitan ya, más cómoda morada? (www.quebrantapajaros2.blogspot.com)




Y mis fantasías textuales, se deslíen en la impotencia de este escribir sobre la imposibilidad de hacerlo.

23 de mayo de 2007

Si aun en lo negro prestara oídos al susurro de la vida, si no olvidara tan a menudo que tiene siempre algo que decir, y lo dice, en el bullicio que cada primavera hospeda mi jardín; en la negativa de esos obreros a regalar el sudor de sus cuerpos; en las historias que flotan junto al vapor perfumado en las cocinas; en los niños nacidos incluso en la sordera a la imposibilidad de prolongar sus vidas.




Si eso hiciera, si todo yo fuera un escuchante, sospecho, me aproximaría a una más pura forma de humanidad, esa que, oculta, siento latir en mí.

15 de mayo de 2007

TRIBULACIONES DE UN LECTOR

Todo el día he leído. Parte de la mañana se escurrió mientras husmeaba los restos del naufragio de un amor, restos hechos de palabras, las de ella. Ella que deambula por los cuartos buscando al ausente, diciéndole “querido”. En tanto que el bochorno de la siesta me sorprendió oyendo las voces de una mujer y un hombre, franceses, dedicados en cuerpo, pluma y alma a batallar contra los desquicios del poder. En estas horas Idea, Simone y Jean Paul, que de ellos se trata, sus vidas, sus desprecios, sus recuerdos han sido para mí más nítidos que los muebles de mi casa.




Mi desdicha entonces, la de un lector (¿la de todos?), estalla muy entrada la tarde al salir a la calle y encontrarme con eso que llaman “realidad” que para mortificarme adopta rostros diversos, encaramados todos a sus pedestales de tontería y vulgaridad.




Y quisiera que esas situaciones no me alcanzaran tan desprevenido, que la literatura fuera el paraguas para capear las tormentas que el mundo desploma sobre mí.