1. Navidades en
familia
En la infaltable conversación homofóbica de la
sobremesa navideña, mi muy católico primo cuenta el siguiente episodio:
Dos sacerdotes amigos suyos miran TV en el momento en
que actúa Antonio Gasalla. Entonces, uno de ellos dice: “¡Qué cara de trolo
tiene!” A lo que el otro agrega: “Y voz también”. Por supuesto, el primero
entiende: “y VOS también” (por muy curas que sean hablan en argentino), ergo,
se atraganta en un prolongado “ahhhhhhhhh”. Y el segundo, el mal pronunciado,
aclara: “no vos, sino la voZ que tiene”. Y el primero: “ahh” (esta más breve).
Sobreviene la calma eclesiástica. La cuestión es que en esos pocos segundos de
confusión, sospecho, el escarnecido
habrá imaginado para el ofensor tormentos varios que van desde un campamento de
refugiados en África, pasando por el infierno, hasta llegar a una semana al
servicio del Papa herr Benedicto XVI (se me hace que ese señor es más malo que
el mismísimo innombrable).
Terminado el relato, y como corresponde a un grupo de
machos argentinos, nos reímos a mandíbula batiente. Sin embargo, lo que nadie
dijo, y estoy seguro rondó los masculinos cerebros de mi familia, excepto claro
está, el de mi muy apostólico primo, es por qué habría de sorprenderse tanto el
cura de que lo creyeran maricón, ya que para el argentino medio los curas son
putos o al menos algún “defectito” tienen, de otro modo no se entiende que no
tengan relaciones sexuales.
Entonces, me imagino a cualquiera de mis tíos
preguntándome (como estudié letras, paso por ser una especie de diccionario
ambulante): “Eh, sobrino ¿cómo le dicen a no garchar?” Y yo: “Celibato, tío”. Y
él: “Sí, ahora le dicen así”.
2. Cerati, Leo García y
dos estudiantes bulliciosos
Una tarde de tantas, cual secuaces de Francis Drake,
un grupo de adolescentes aborda el colectivo en el que regreso de mi trabajo en
el instante preciso en que los parlantes del estéreo del señor chofer se
sacuden al son de “Persiana americana”.
De la turba estudiantil me interesan en particular los dos que, al
ocupar el asiento anterior al mío y dar tienda suelta a la potencia de sus
gargantas (cada día me pregunto cómo consiguen ese instantáneo sentido de
pertenencia que los faculta a maltratar
al resto de la humanidad), me arrancaron del semisopor de mi siesta sobreruelas. La escena se desarrolla, más o menos, de la
siguiente forma:
Uno de los jovencitos viene y, como ya dije, se sienta delante de mí. Unos pasos más
atrás, presa de un “trance musical”, se acerca el segundo, que en cuanto deja
de aullar “yo te veré/ a través/ de mi persiana americana”, dice: “¿viste?
¡esto es música!” Y ante, supongo, la cara de desconcierto de su interlocutor,
aclara: “Persiana americana, Soda Stéreo”. A lo que el neófito responde con un
tímido: “ah”. Entonces, el conocedor,
remata (cree) con un “me encantan, tengo todos los discos”. Y el otro, bastante
escaso de vocabulario o de interés por el asunto, repite “ahhh”. Pero en un
rapto de lucidez o mala onda y como una forma de descalificar los gustos
musicales de su compañero, agrega: “pero ahora (esta historia es pre ACV) el
cantante, ¿cómo se llama? ¿Cerati?, canta con este..., ¡pucha...! ¿cómo se
llama el trolo este...? el de de la ceja partida… ¡Leo García!”. Y el otro, a la defensiva, como si su trasero corriera
un gravísimo peligro, explica: “ah, pero a mí me gusta Soda Stéro. Cerati solo,
no”.
3. Epílogo
“Algún día, finalmente, se sabrá la verdad tan
celosamente guardada: la homosexualidad NO ES NADA. No lo era en un principio y
no lo será en el futuro. Cuando saquemos del medio todos los incendios, todas
las torturas y todas las mentiras y todo el odio y toda la ignorancia y todo el
prejuicio, descubriremos que no hay NADA”. Esto lo afirma, mayúsculas
incluidas, Osvaldo Bazán en el epílogo a su “Historia de la homosexualidad”, y
me parece que son las palabras adecuadas para cerrar estas notas cuyo tema no
es otro que la ignorancia. Porque la homofobia es hija de la ignorancia. Si no
recordemos los discursos apocalípticos pronunciados por los opositores a la ley
de matrimonio igualitario. Y al final qué pasó ¿hordas de homosexuales
arrastraron a varones y mujeres heterosexuales hacia los registros civiles? Pues
no, mire usté. Siguiendo a Bazán, podríamos decir que no pasó NADA. Y sí, a la
vista está: la homofobia es la hija tonta de la ignorancia.