26 de marzo de 2009

CON LA QUÍMICA EN EL CUERPO



I
Con su enésimo cigarrillo, enciende su enésimo pensamiento: “ninguna vida, aun la mía, está del todo perdida. O todas lo están, aun la mía”. Ignora la razón, pero lo piensa. Y luego del paseo por su cerebro, la frase clama por derramarse en tinta. Obediente, lo hace. La escribe. Se pregunta además, si habrá algo en el mundo capaz de saciar esta avidez de palabras que a cada hora de cada día lo asedia. Por supuesto, también esto deviene signos en su cuaderno. En su reducirse a cenizas, el cigarrillo ha alcanzado la plenitud.


II
Es tarde. Y aunque el cansancio lo empuje, demora el momento de llegar a la cama, enfrentar las bestias que acechan al final del insomnio. Para esquivarlas: una pastilla, un cigarrillo. Cada vez, sin embargo, imagina en su lugar la cursilería de un “hoy frente a un puesto de libros pensé en vos”. Tal vez así, bajo el influjo de esas palabras entraría en el sueño como quien entra en una iglesia. Pero como esa voz no llega, y rehuye la película de sus fracasos, apela a la química. Y cuando por fin comienza a apartarse, oye las palabras tan deseadas. Mas es tal la deformidad de los sonidos que se aterra. Entonces, la colilla cae; y él, también cae en la ciénaga del sueño artificial.

13 de marzo de 2009

ECRIRE


cuando el vacío se disfrace
de tarde de domingo, y la tarde
de hastío en los párpados
de peso en la mirada
tomar la pluma, cincelar
con palabras la imperfección
de un sentido, mínimo
como la negrura del insecto
que trajina el cielorraso

tomar la pluma, digo
contra pesos y hastíos empuñarla.