Ahora somos parias de casamentera
Tamara Kamenzsain.
Tamara Kamenzsain.
“Te esperé, te escribí doce poemas (Detalle: Odas a tus pies, tu cabello, tus manos, tu cuello; Sonetos a tu lengua, tus muslos, tu voz, tu corazón; Elegías a tu sexo, tus nalgas, tus ojos, tus labios), amargas quejas derramé en mi diario, te añoré, te maldije. En fin, que ya no hay nada que hacer o decir, sino que estás fuera. Y se sabe que esto es lo mejor. Pero también, que si llamaras, correría, volaría hasta tu casa. Esto también se sabe."
Más allá de sus obvias deficiencias, este texto me llevó, cual Carrie Bradshaw, a preguntarme qué tanto nos desesperamos cuando estamos solos y hemos vadeado hace un tiempo la temible barrera de los treinta. O, para ser más claros, qué humillaciones, torturas, ninguneos estamos dispuestos a tolerar simplemente porque abandonada nuestra primera juventud, nuestra lozanía, sentimos –nos hacen sentir- que esta puede ser LA ÚLTIMA oportunidad.
Me gustaría, amigos, saber qué opinan al respecto. Y esto aun si son tan afortunados como para que el asunto no los roce, porque como dijo Jauretche, “no hace falta ser caballo pa saber de carreras”. ¿Es una cuestión que nos atañe después de los treinta o es el sempiterno (¡¡siempre quise usar este adjetivo!!!) horror a la soledad que puede padecerse a cualquier edad?
Desde ya, la ciencia y este servidor, agradecidos.