30 de julio de 2007

“-¿Hola?
-Sí, voy en camino. En cinco minutos llego.”







Casi todos, viajando en colectivo o caminando por la calle, hemos presenciado, acaso protagonizado, un diálogo semejante. Es que, de las nuevas tecnologías, no debe haber ninguna más difundida que la de los teléfonos celulares. Están en todas partes, incluso -y para sobresalto del incauto que olvidó apagarlo o silenciarlo- en momentos y lugares poco oportunos: en medio de una clase, en el silencio devoto de la misa, en el instante de mayor tensión de una peli, en la congoja de un velatorio…





Varios son los factores que han contribuido a esta difusión. Entre ellos, en primer lugar, cabría mencionar su multiplicidad de funciones: manantial de música cuando el mundo o el profesor se espesan, cámara de fotografías que salva del olvido esa última mueca de nuestro sobrino, odioso despertador, filmadora de situaciones íntimas (¡ojo, a cuidarse de esto, pues cualquiera puede ser el involuntario protagonista de un videíto, la mar de escabroso, en Youtube! Si no, pregúntenle a la joven aspirante a estrella que fue desechada de High School Musical Argentina por esta razón), y muy, pero muy accidentalmente envía-mensajes o teléfono.





Otro aspecto a tener en cuenta a la hora de evaluar el impacto de estos aparatitos es su costo, bajo en comparación con el de otros artefactos electrónicos -note books, cámaras digitales, etc-. Aunque claro, en esto como en todo, la oferta es muy variada, tanto como el volumen de la billetera del potencial usuario.





Asimismo, no es un tema menor la relativa sencillez de su manejo que los hace accesibles a públicos muy heterogéneos: niños de jardín, adolescentes que falsean el dónde y con quién se encuentran el sábado a la noche, señoras entradas en años y canas que urgentes apelan a sus “anteojos de leer” para responder un sms.





En fin, que viven entre nosotros: en la mesita de luz, en el bolsillo, en la mochila y otra vez en la mesita de luz, generando una ilusión de compañía y por ende, de menor soledad. Pero no es este el espacio para analizar estas cuestiones. Seguramente el futuro nos depara algún sesudo estudio sociológico que inventaríe sus beneficios y perjuicios. Por ahora, contentémonos con comprobar que están allí, aquí, al alcance de la mano, para saber que por suerte “mañana nos veremos”.

18 de julio de 2007

DEPRESIONES COMUNES

Cuando por la mañana una lápida sean las frazadas, y engranajes desgranándose semejen las rodillas, y protesten los ojos “que no, que no queremos saludar al astro rey”.




Cuando esplendan en la distancia los días de escuela, y portar un cuerpo equivalga a arrastrar una carcaza vacía, y un telón de cera obture el consuelo de las palabras y en maniática celda encierre…




Cuando todo –o algo- de esto os suceda, ese será vuestro día para “quemar incienso en los altares de la Diosa Química “




El mío, llegó. Desde hace unas semanas Foxetín pasea por mis arterias, y aunque aún –pero no lo comentéis con nadie - no soy feliz, confío. Y es algo, ya que no en mí, en una muy, pero muy -¡oh, paradoja!!- amarga pastillita.

5 de julio de 2007

En este declinante otoño


Yo sólo tengo vagos sentimientos poéticos…


Elizabeth Bishop







Una marea de gorros, guantes, bufandas y camperas crece e inunda las calles de color. Es que esta mañana, por primera vez en el año, el frío fue absolutamente irrefutable. Y yo lo vadeé en la añoranza de cierta tibieza. Pero -y para que fuera menos helada la soledad- también desempolvé mis guantes y mi viejo gorro gris.