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10 de agosto de 2010
¿QUIÉN DEBE CONTROLAR A QUIÉN?
En algún pasaje de su estupendo La verdad de las mentiras, Mario Vargas Llosa, que, aclaro, en lo político no es santo de mi devoción, dice: Por eso conviene ser menos soñadores, menos ideológicos y más realistas a la hora de encarar los problemas sociales y tener conciencia clara de que entre todas las injusticias una de las más graves está no sólo en la explotación económica sino en la existencia del poder: por ello debe ser siempre controlado, debilitado, pues, si no es así, crecerá y desviará en beneficio propio los esfuerzos de todos. Sospecho que todos a priori aprobaremos el análisis y la propuesta del peruano. Ahora, el interrogante que me surge es ¿dónde está el poder en los tiempos que corren? Porque Vargas Llosa, como buen hombre del siglo XX, le teme reverencialmente -con razón- a las dictaduras (las de izquierda sobre todo) y así nos lo hace saber en cada ocasión que se le presenta.
Pues bien, hoy por hoy, metidos en la segunda década del siglo XXI, ¿sigue el poder, esa bestia que devora todo lo que se pone al alcance de sus fauces, depositado en manos del estado? Y más. Le doy nombres propios a mi interrogante ¿son Cristina y Néstor los enemigos a controlar y debilitar? Me atrevo a afirmar que NO SÓLO. Porque si bien son los detentadores visibles del poder político, en el sistema capitalista en el que vivimos, este poder convive con otros menos evidentes, aunque no menos enérgicos a la hora de defender sus intereses. Hablo, por supuesto, de los grandes poderes económicos que, a nadie se le escapa, son perfectamente capaces de poner o deponer gobiernos según sus necesidades, que, dicho sea de paso, no suelen coincidir con las necesidades de la gran mayoría de los ciudadanos.
Entonces, si el poder no está donde se supone, si el poder es una especie de fantasma ¿cómo lo controlaremos? Y aquí es donde disiento con Vargas Llosa (defensor acérrimo de ese neoliberalismo que en teoría permitiría que, por el libre juego de la oferta y la demanda, el mundo fuera más justo) porque a esta altura de los acontecimientos me permito descreer de la filantropía de los empresarios, que sólo la practican por motivos más bien innobles. A saber: exenciones impositivas, vulgar publicidad, simple y llano lavado de dinero.
Así es que, pese a mis temores a los desbordes del poder político (de izquierda, de derecha, da igual), no le temo menos a los desbordes del poder económico que, me parece, no tiene (¿no ha tenido nunca?) demasiados controles fuera de los que puede ejercer el estado. Y llego aquí al irresoluble planteo respecto de qué fue primero ¿el huevo o la gallina? O para ser más específico ¿quién debe vigilar a quién? ¿Magneto a Néstor y a Cristina? ¿los Kirchner a Biolcati y los suyos? Y más ¿hay alguna forma de que quienes estamos en la base de la pirámide, los ciudadanos anónimos, ejerzamos algún tipo de control sobre esos nombres propios?
Luego de todo este análisis, iniciado para tratar de entender algo del mundo en el que me tocó vivir, sospecho que tal vez el error de Vargas Llosa sea el de concentrar sus energías en mantener a raya al PODER (así con mayúsculas) y que acaso lo más sensato que uno puede hacer, si no tiene un nombre propio digno de un titular en letras gigantes, sea estar atento a los minúsculos dispositivos del poder, esos de los que tanto y tan bien se ocupó Foucault.
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