17 de febrero de 2014

UNA VISITA EN LA MAÑANA




Durante el desayuno me asusto 
porque creo que mis pensamientos más tercos 
han comenzado a zumbar
por fortuna, el temor dura apenas 
lo que tarda mi mirada en encontrarse
con el visitante de alas frenéticas
que va y viene por el comedor
sin acercarse nunca a la puerta
que continúa tan de par en par
como cuando él la cruzó, entonces
para duplicar sus posibilidades
abro la otra, la del frente 
y la luz saludable de un sol de primavera
entra justo cuando el bichito que estoy viendo
se suspende en el umbral
y su fragilidad brilla de tal modo
que me recuerda a aquella campesina sueca
por la pericia de un fotógrafo
convertida en la garbo, pero también
que el cautiverio es su tumba
y como no tolero la idea de recoger del piso
los desechos de la belleza
redoblo mis esfuerzos: le sugiero 
que deje de picar flores de plástico
y se mueva más allá
solo un poco más allá

pero me ignora: en su desconfiado cansancio
no comprende que el plumero en mi mano
no es un arma, no comprende
que quiero evitarle el error de estropearse
en este encierro de puertas abiertas.