(RESPUESTA A MARIA CASTAÑA)
Quienes no somos partidarios del gobierno (hay que ver lo ingratos que resultan los actos de Néstor Kirchner secundado por los muy adecentados Moyano y Barrionuevo), ni tenemos tampoco nuestros intereses (léase: dineros) puestos en el mundo de la soja, experimentamos un desamparo equiparable al de los partícipes involuntarios de un tiroteo entre policías y ladrones, que de pronto, además de aterrados, se sienten desconcertados por la aparición de un tercero –o cuarto- en discordia, cuya afiliación resulta oscura (¿es policía? ¿es ladrón?) Lo ilustro con un nombre: Julio Cobos. Porque ¿qué es Cobos?, ¿no era del gobierno?, ¿es del campo?, ¿es un arribista que prepara su futuro político? A mi modesto entender, por aquí viene la cosa.
En primer lugar, porque su actuación de “hombre de familia” (sic.) en el Senado, que tantas adhesiones y rechazos suscitó (de un lado: héroe, para los interesados en prolongar su rol de “dueños de la tierra”; del otro, para los que procuran continuar medrando con sus planes sociales y participando de la “política” a pequeña escala: un traidor), para nosotros, los neutrales (?), no puede ser sino la intervención de un trepador. Me explico:
Alguien, que para alcanzar determinada posición, sacrifica sus más profundas convicciones, es un trepador. ¿Cabe alguna duda que para ser aceptado en la fórmula presidencial Cobos debió ceder algunas “cosillas”?
Alguien que, al no recibir lo “convenido”, se “corta solo”, se baja, y no por sus convicciones (a las que como hemos visto, renunció), sino porque busca su cuota de poder (presente o futuro, lo mismo da), que en este caso es la visibilidad, el reconocimiento masivo (recordemos que antes de diciembre, fuera de Mendoza, el ingeniero era un perfecto desconocido), también es un trepador.
Porque, convengamos, no es creíble que un funcionario de la primera línea (¡el Vicepresidente de la República!) desconociera las planes económicos del gobierno que integra hace apenas siete meses. Entonces: descartada la ignorancia, descartadas las buenas intenciones.
Pero quizá lo más temible del caso sea la poca –nula- memoria de los argentinos. Aún está tibio el cadáver del asunto “Chacho Álvarez” y nos vemos envueltos en un episodio semejante, es decir, una alianza que reúne a políticos provenientes de sectores divergentes, amuchados para ganar una elección; que a poco de andar se fractura, con su consecuencia más peligrosa (mucho más que el desabastecimiento): la poca gobernabilidad.
Entonces, a nosotros, los neutrales (?), no nos queda otra que acomodarnos a vivir como los rehenes que, pese al miedo, buscan resguardo en los lugares más seguros, por pequeños que estos sean (aprovisionamiento de leche, harina, azúcar), o los resquicios por los cuales emprender la fuga (aeropuertos, terminales de ómnibus). Pues lo otro, lo sensato, lo inteligente parece inaccesible, a saber: ejercer con plena conciencia nuestro derecho a elegir autoridades, y, sobre todo, desconfiar de oscuros salvadores que, como acabamos de ver, no siempre portan las mejores intenciones.