30 de diciembre de 2006

A mis amigos. Los viejos, los nuevos, todos.







Todavía es tiempo. Sí, lo es. Aún la vida no ha arrojado sobre nosotros sus más venenosos dardos. El cuerpo funciona, también el cerebro; los spleenes, aunque intensos, pueden vadearse. “Aún es tiempo” me digo, “lo mejor de lo bueno está por llegar”. La imagen de una meseta flota en mi mente.

6 de diciembre de 2006

NAVIDADES EN FAMILIA

Y como ya falta poco, y me imagino que será idéntica a otras, refloto este texto. De paso, si quieren, me cuentan cómo son las navidades en vuestras familias. Y dice:






En la insoslayable conversación homofóbica de la sobremesa navideña, mi muy católico primo cuenta el siguiente episodio:





Dos sacerdotes (para más datos, amigos suyos) miran TV en el momento en que actúa Antonio Gasalla. Entonces, uno de ellos dice: “¡Qué cara de trolo tiene!!” Y el otro agrega: “ Y voz también“. Por supuesto, el primero entiende “y VOS también” (y bue... por muy curas que sean hablan en argentino), ergo, se atraganta en un prolongado “Ahhhhhhh”. Y el segundo, el mal pronunciado, desesperado, aclara: “Nos vos, sino la voz que tiene”. Y el primero: “Ahh“ (esta más breve) Sobreviene la calma eclesiástica.





La cuestión es que, sospecho, en esos segundos de confusión, el escarnecido habrá deseado para el ofensor tormentos varios que van desde un campamento de refugiados en África, pasando por el infierno, hasta llegar a una semana al servicio del Papa Juan Pablo II (esta historia es pre Benedicto XVI, y no creo que, de haber ocurrido en este papado, el insultado hubiera ido tan lejos con sus malos pensamientos)





Terminado el relato, y como corresponde a un grupo de machos “argentinos”, nos reímos a mandíbula batiente. Sin embargo, lo que nadie dijo, y estoy seguro rondó los masculinos cerebros de mi familia, excepto claro está, el de mi muy apostólico primo, es por qué habría de sorprenderse tanto el cura de que lo creyeran maricón, ya que todos lo son. Porque, para el argentino medio los curas son putos o, al menos, algún “defectillo” tienen, pues si no, no se entiende que no garchen.




Y entonces, me imagino a cualquiera de mis tíos preguntándome (como estudié letras, paso por ser una especie de diccionario ambulante): “Eh, sobrino: ¿cómo le dicen a no garchar?” Y yo: “Celibato, tío”. Y mi tío: “Sí, ahora le dicen así... “

27 de noviembre de 2006

Y ENTONCES LA MINA LE DICE...

A través de los años, mil veces dijimos u oímos estas palabras mientras contábamos o nos contaban una peli. En la oscuridad de los cines, en el calor de las siestas frente al televisor, hemos visto películas, algunas de cuyas imágenes están (frase nunca dicha) “grabadas a fuego en nuestras retinas”: Rambo con más costuras que una colcha vieja; Woody y Diane sentaditos en un banco contra un fondo de postal de Manhattan; Olmedo y Porcel, encelados, correteando a Moria y a Susana; Briggite celebrando su creación; Marisa, la pobre Marisa, incapaz de quitarse sus botines; Camila y Ladislao besándose “acaloradamente” (muy acaloradamente para mis trece años) en un carruaje que los aleja de la ciudad... Imágenes, imágenes, imágenes... Pero ¿y las palabras? ¿no es el cine, después de todo, una combinación de ambas? Y, por más que lo intento, las palabras, las que se corresponden con estas imágenes, resbalan, no llegan.




No obstante, en un esfuerzo de mi memoria, traigo, recupero un par de diálogos que ni siquiera sé si son exactos. Es más, diría que no lo son, porque ya se sabe: “la memoria es modificación...”





Ahí van:




Película: El objeto de mi afecto. Hacia el final Jennifer Aniston hermosamente triste y desgarrada le dice al muchacho del que está enamorada y que, para variar, no la ama (y bue... Jennifer ¡ya vendrán tiempos –tipos- mejores!): “Josh, quisiera poder verte y no sentirme tan dolida” (esto en el subtitulado, y les aconsejaría, queridos lectores, que se conformen, porque si esperan algo de mi muy macarrónico inglés, van muertos)





Luego recuerdo a una Kika excitada, fuera de sí, buscando algo (¿alguna claridad en su vida?), que intima al hombre con quien vive, y que por momentos roza el autismo (cualquiera lo rozaría frente a la cháchara de esa mujer), a hablar. El diálogo es más o menos el siguiente: (ya se sabe que el sonido defectuoso de nuestros cines no obligó durante años a adivinar lo que los actores, especialmente los españoles, decían)





Kika: -Ramón tenemos que hablar
Ramón: -¿Y de qué quieres que hablemos Kika?
Kika: -De ti y de mí, Ramón, ¿de qué va a ser? ¿de Sarajevo y de Somalia y de toda esa parte de por ahí?... de ti y de mí, Ramón.






Y ahora, el propósito del post: que compartan conmigo aquellas palabras que el cine les regaló, y que por alguna razón, la que fuere, calaron hondo en sus corazones (y ya está visto: hoy, soy el reservorio de los lugares comunes).





Bonus track: de regalito, un parlamento que mi amiga Lorena y yo nos repetíamos machaconamente allá lejos y hace tiempo y que, ahora que la recuerdo (a la frase), la extraño (a mi amiga). Es de, la también española, Amantes y se la profiere una susurrante Victoria Abril a un atribulado Jorge Sanz: “-Mátala Paco, mátala...”

21 de noviembre de 2006

AJUSTE DE CUENTAS

Diría que tengo vagamente ganas de morir.
Marguerite Duras



Quince años, apenas quince, y ya el peso de la vida ha comenzado a doblegarlo. La caída de Dios abrió en el cielo una herida vertiginosa hasta la náusea, que durante un tiempo aún no será suturada por los libros; en la novedad de su cuerpo ha florecido un deseo nocturno, asfixiante.

(En el centro de la imagen un polvo amarillo; un polvo que se guarda en lo alto de un armario, fuera del alcance de los niños)

Es en lo más inmóvil de una siesta del verano de sus quince años, cuando sobre él se despeña el ansia de no resistir, de abandonar, abandonarse, emprender la fuga que dejara atrás al cuerpo. Esta sensación que hoy se estrena, será luego, invariablemente, trueno o relámpago en el centro de sus tormentas personales.

(El mismo polvo, que según dicen, usó la chica aquella, la del colegio, el otro verano)

Sin embargo, el acontecimiento no se consuma. Es que adherida a esta impresión aparece otra: el miedo. Un miedo que corre frío por la espalda, que desquicia los dientes; y que desde ese instante, y tal vez para siempre, sea el vencedor de todas sus batallas.

(Ese polvo amarillo, intacto, ligado a mi vida)

13 de noviembre de 2006

DE LA PRESENCIA DE SECTAS EN MARICOLANDIA

“Apurad, que el sol nos dice
que llegó el final
por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual”

J. M. Serrat. Fiesta

La situación es, más o menos, la siguiente: todo el arco de la humana fauna de esta ciudad de provincias, que en su versión heterosexual se disemina en multitud de boliches (los negros acá, acullá los rockeros, aquí - y sin vestimentas deportivas- los viejos, los modernos más allá), en su segmento gay, se concentra en un solo lugar. Es así que, y como muestra de que en Mendoza hay locas de todas las clases (sociales), vemos varias sectas apilarse en el angosto espacio de un local bailable con nombre pretendidamente glamoroso: “Queen”.

Sin embargo, esta convivencia nada significa; o sí, quiere decir que estas personas que por un rato se codean, respiran idéntico aire, usan el mismo mingitorio, en la mayoría de los casos preservan las diferencias del afuera (“la zorra pobre al portal / la zorra rica al rosal“)¿La prueba? Grupos que, como hermanitos cuya madre les hubiera prohibido separarse, deambulan provocando en el espectador la impresión de rebaños de distintas especies en un mismo corral.

Encontramos entonces, la secta de las “latinas-de-bamboleantes-caderas”, émulas de las Thalías y las Paulinas, cuando no de las Shakiras; que cumple un rol similar al del tío alegre de los casamientos: levantar la fiesta.

El segundo grupo es el de los “Gregorys boys”: prolijamente encamisados, bienolientes, bienhablados, bienmovilizados; en fin, chicos bien, que desde la distancia de su champán o su vino espumante de primera marca, miran a la plebe al tiempo que fruncen la nariz (mueca heredada, acaso, de sus muy finas mamis), niños-hombres que de tanto en tanto se permiten el gesto ancestral de los machos de su clase: ceder a la tentación de una proletaria piel joven, gesto que, acentúa la distancia que los separa de sus oscuros (aún más oscuros en la tiniebla del Chucky) objetos de deseo.

El tercer grupete, el de la chicas, si brilla lo hace por su ausencia. Pues entre tanta testosterona, se pregunta uno dónde quedaron las discípulas de Safo, o qué temible Platón las excluyó de esta republi-Keta de la “diversidad”. Y fastidia constatar el renovado vigor de la sentencia “divide y reinarás”.

Y en medio de estos y aquellos: los que no pertenecen a ninguna de las hermandades, parias que, oscilan entre una pose rígida, exageradamente masculina y otra, alud de plumas y de strass, infundidas por los ocasionales acompañantes. Grupo este, sin identidad visible, apéndice tal vez, de la muy desdibujada clase media “del mundo real”.


En fin, dónde quedó la Fiesta de la que habla Serrat, la fiesta de pueblo en la que “el prohombre y el villano/ bailan y se dan la mano/ sin importarles la facha”, no se sabe. Yo no lo sé. Pues si hay algo que en la “maricoteca” importa es, precisamente, la facha.

6 de noviembre de 2006

POSTALES ESCOLARES I

Alumno: -(a un compañero)... sabías que los gatos ladran, ¿no?
Profesor:- (con tono profesoral) no, Matías, los gatos no ladran, los gatos maúllan!
Alumno: - Profe, Ud dice eso porque no escuchó cantar a Nazarena en lo de Tinelli!
Profesor:- Sí, la oí. Y tenés razón Matías: esos gatos…también ladran.

1 de noviembre de 2006

TECNOLOGÍAS

Durante siglos para aniquilar al enemigo era imprescindible entrar en contacto con su cuerpo. Luego, tecnologías mediante, no fue necesario. Para los que rondamos la treintena es historia harto conocida aquella de que con sólo oprimir un botón, rusos o americanos, podían desintegrar una ciudad, un país o incluso el planeta. Salvando las distancias, me encuentro hoy en una situación equivalente: al alcance de mi dedo está la tecla que te hará desaparecer para siempre de mi vida, sin la molestia del contacto, de la mirada. Y aunque no sé si es lo que quiero, lo hago. El resultado: un indiferente “Entrada borrada”, que nada sabe del abismo que ha abierto entre los dos.

20 de octubre de 2006

Posadas en las ramas del duraznero, diminutas flores, auguran dulzuras en verano; el viento empuja leves nubes blancas, más blancas aún contra ese muy intenso telón azul; el techo de la pequeña casa vecina, es un imán que atrae sobre sí todo el sol. Y mi ventana que me abre al exterior, a eso que acontece fuera, más allá. Un estado perfecto para esta mañana, en que no quiero, en que no puedo, permanecer en mí.

13 de octubre de 2006

De pudores perdidos

Si en este instante alguien, un amigo por ejemplo, lo interrogara acerca del curso de su existencia, seguramente, por elegancia, por pudor, contestaría: “bien, estoy bien”.

El caso es que, cuando es él quien se formula esa pregunta y tiene la decencia de no mentirse, no puede responder semejante cosa. Curiosamente, tampoco lo contrario. Días estos en los que, como un autómata, vaga con el sentimiento de que la vida le regatea su presencia. Y este hecho que antes le hubiera pasado inadvertido ahora lo mortifica, pues, de un tiempo a esta parte, lo persigue la necesidad de que cada momento imprima su huella. Y he aquí el problema: al inventariar esa masa de acontecimientos que conforman su vida, son infrecuentes aquellos dignos de consignarse como “recuerdos del porvenir”.

La consecuencia (por conocida no menos temible), es el abatimiento. Y aunque sabe también (porque se lo han dicho, hasta el cansancio se lo han dicho) que debe aprender a sobreponerse, a ser más sólido que los vientos de sus dudas, sus angustias, sus fracasos, tampoco ignora que un diagnóstico preciso no garantiza los resultados. Entonces, la pregunta de siempre, la de cada mañana apenas salido de las brumas del sueño: cómo seguir, cómo.

2 de octubre de 2006

Lunes optimista

Podría darse el caso de que en un momento del cual nada se esperara, algo sucediera. Su noche sería tal, que no habría la posibilidad de saber qué es, ni que nombres le sentarían. Se ignorarían, asimismo, sus consecuencias. Aun así, seguiría siendo “algo”. Algo que dirigiera nuestras vidas por uno o dos días y que, tal vez, nos impulsara a salir en pos de otros “algo”, que colmarían a su vez otros dos o tres días, y así sucesivamente. Seguramente se les ajustarían cualesquiera de los nombres de lo trivial.

Pero también podría ocurrir que alguno de esos “algo” fuera más que eso y empujado por su propia fuerza se irguiera hasta transformarse en una evidencia, un centro. Para designarlo, se recurriría a una de esas formas privilegiadas que escapan al tiempo y al olvido.

Y entonces, el ahora nombrado, prolongaría sus raíces alma adentro, circularía por nuestras arterias, modificaría el tono y la textura de nuestra piel y acaso, nos restituiría al fin, la ilusión de siempre esperar algo.

22 de septiembre de 2006

Y un día en la adolescencia, pese a todas las recomendaciones de mi mami, tomé a Dios y sus bártulos y los arrojé de la casa. Y creí que era suficiente, que bastaba, que de allí en adelante sin todo ese peso a cuestas, sería feliz y libre.

Mas lo que vino fue el vértigo ante la extensión inmoderada del vacío. Ya no había un orden, un eje, todo se perdía, nada conducía a nada. Y si bien es cierto, que había en mí la arrogancia (vociferada) del que percibe la armonía entre su pensamiento y su obrar, no es menos cierto, que ese orgullo era incapaz de acallar las voces del miedo. Además lo otro, insoslayable: la obligación de lidiar con los residuos de la presencia de Dios, del Dios de los curas, lo que no tiré porque no pude: pecado, castigo, culpa.

Y desde entonces, ligar este conocimiento (“que nada me espera, lo sé, nada me espera”) con la necesidad de echar a un lado las interdicciones, se ha transformado en una de las ocupaciones fundamentales de mi vida.

15 de septiembre de 2006

Vocaciones

Soy de vocación lavandera.
Bárbara Belloc.


Aferrado al palo de la escoba, sin siquiera la necesidad de montarla, emprendo la travesía. No estoy donde me ves. Me ves en el gran patio, abriéndome paso en un mar de hojas de roble y plátano, pero estoy…en ese mismo patio, diez años atrás, extraviado en el laberinto de mi adolescencia, tarareando amor no es literatura, si no se puede escribir en la piel -muchas noches habrán de pasar antes que unas manos aclaren el sentido de estos versos- ; o en un trasbordador surcando el Mekong, al tiempo que espío a una niña francesa y un chino elegante que ha comenzado a sufrir; o remendando mi vida -hago aquello que no hice, digo aquello que callé-.Y este no estar donde me ves, hace que barrer sea hermoso, lúdico, liberador... Y más tarde, cuando yacen las hojas en su nuevo lecho y hay olas dibujadas en el suelo, provisto de un balde, sobre el bullicio demente de la acequia me inclino, extraigo el agua que completará el adecentamiento de la casa. Entonces, la visión de la tierra y las plantas aseadas, jóvenes, como salidas de una lluvia de verano, provocan una emoción arcaica: la del orden, un orden exterior, ajeno, pero orden al fin.



Conocen ahora mi más secreta vocación. Pero como no se trata de una solicitud de empleo, me gustaría saber cuáles son sus ocupaciones favoritas del ámbito doméstico… las otras puedo imaginarlas

13 de septiembre de 2006

Inconsolable mi mesa de noche, atacada de la tristeza de no haber presenciado jamás la confusión, el desarreglo...de tus anteojos y los míos.

7 de septiembre de 2006

Pese a mi firme propósito de hacer del presente mi morada, el pasado tiende trampas por doquier en las que, como el ingenuo que soy, inexorablemente me despeño. Ejemplo: revisando un viejo cuaderno (ay, de los papeles amarillos cubiertos de nuestra letra de otros tiempos!!) encuentro prolijamente copiados dos fragmentos que, al par de hermosos, son de lo más explícitos en lo que a temática se refiere. Si no me creen, lean:

“Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío y quisieron compartirlo. Entonces, inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.

¿Qué queda de las alegrías y penas del amor cuando éste desaparece? Nada, o peor que nada; queda el recuerdo de un olvido. Y menos mal, cuando no lo punza la sombra de aquellas espinas, de aquellas espinas, ya sabéis.

Las siguientes páginas son, el recuerdo de un olvido" Luis Cernuda


“Quería decirte lo que pienso: es que siempre sería necesario guardar como propia posesión, aquí está, encuentro la palabra, un lugar, una especie de lugar personal, eso es, para estar solo en él y para amar. Para amar, no se sabe el qué, ni a quién, ni cómo, ni cuánto tiempo. Para amar, de repente me doy cuenta de que me vienen todas las palabras….para guardar dentro de nosotros el lugar de la espera de un amor, de un amor sin quizá todavía nadie; pero de esto y solamente de esto, del amor.” Marguerite Duras


Ahora bien, los que me conocen y saben cuán afectivo, emocional puedo ser, no dejarán de sorprenderse ante la confesión de que esas dos joyas fueron utilizadas por mí para ejercitar transcripción fonética (actividad antipoética, antirromántica por excelencia). Y sí, es un horror...y un signo (ya lo dijo Melero: “Todo es señal/ no hay gesto neutral”), ¿signo de que aun en lo más oscuro de la noche en la que (¿voluntariamente?) hundí mi vida algo pugnaba por salir? Tal vez. Y por un instante siento que podría llorar un día entero por esa ceguera, ese abandono en que me dejé… Y sin embargo, no lo hago, no lloro. ¿Por qué? Indago, examino, ausculto la situación y nada, no llego a ninguna conclusión. O sí. La conclusión es la ignorancia de los motivos para esta carestía de lágrimas.

31 de agosto de 2006

Hay una especie de locura en sufrir por lo que se desconoce (padecer de una voz nunca oída, de una piel jamás rozada). Y sin embargo, esas ausencias, esos vacíos, duelen.

7 de agosto de 2006

Sosiegos

reducirlo todo a ir tras unas manos:

esas, las dulces, delicadas artífices del sosiego (¿del cuerpo, del alma, del alma a través del cuerpo? ¡quién pudiera saberlo!);

en este punto, sobre todo, parece imprescindible no ceder a la tentación de husmear en su gracia, que quizá esté tejida de esa ignorancia y la preserve.

Sin embargo, pese a estas limitaciones de nuestro entendimiento, vislumbramos que son ellas las depositarias de la respuesta:

ellas, las flexibles, las huidizas, las que en ciertas circunstancias de tan materiales se vuelven etéreas;

esas manos de las que nada sabemos y de las que apenas sospechamos y de las que sólo obtenemos, un dulce sosiego.

1 de agosto de 2006

La saliva, de ordinario viajera imperceptible, hoy morosa, erizada de espinas por mi garganta se arrastra; y mis pulmones, olvidada su muda mansedumbre al tabaco, emiten rugidos que remedan los de alguna bestia: y entre acceso y acceso de tos siento mi cuerpo acercarse, trepar, alcanzar el centro de mis pensamientos: vuelvo entonces a ser un niño indefenso, urgido de las manos, la mirada y las decisiones de su madre.

( Y tendido en el horizonte, amenazador, el invierno)

Estoy enfermo, y extraviarme en esta maraña de secretarias, carnets, esperas y gestos y gastos y papelitos y horarios, me llena de tristeza; la recurrencia de estos estados (síntoma del ingreso en esa edad en que el cuerpo da cuenta de la acumulación de días y maltratos), me llena de tristeza, tristeza a cuya sombra, vigoroso, crece un fastidio demente hacia todo lo que rebosa lozanía, juventud.

Y en esta noche de vapores y ungüentos, en que la enfermedad sobre mí se despeña, no hay idea, por luminosa que sea, capaz de hurtarme a este lugar.

12 de julio de 2006

Quien la probó...

Nunca, nunca como en la espera un teléfono mudo nos es tan necesario, imprescindible, vital. Ese aparato adquiere de pronto las dimensiones de un elefante y las funciones de un tótem, y toda nuestra vida gira, literalmente gira (bailecitos rituales incluidos), en torno a él. Ahora bien, este error encuentra su fuerza en la desventaja en que nos sitúa pensar en alguien, que en ese preciso instante no lo hace en nosotros.

Cuenta Almodóvar que durante el rodaje de Mujeres al borde de un ataque de nervios hizo que Pepa, su protagonista, arrojara dos veces el teléfono por la ventana porque era eso o ahorcarse con el cable. El caso es que, si consideramos que Mujeres... es de los 80 y tomamos en cuenta además la evolución que desde entonces experimentó la telefonía, podemos respirar tranquilos, desesperarnos tranquilos: a Dios gracias, los aparatos con espiralados cables son animales en vías de extinción. Quizás lo que ocurrió fue que algún piadoso diseñador leyó el comentario de don Pedro y henchido de buenas intenciones trabajó con la variable “desesperados” in mente. Creó, entonces, esos bellos e inofensivos artefactos inalámbricos. Pero como suele suceder, estas buenas intenciones derivaron en fines menos nobles y no fueron ya ni las vidas ni los cristales la prioridad sino los bolsillos de los fabricantes. Y como se sabe, éstos (los fabricantes, no sus bolsillos), que no practican la filantropía y a no dudarlo evaluaron el segmento de los que esperando pierden la calma, confeccionaron teléfonos cada vez más pequeños y frágiles: una de esas diminutas maquinitas estrellada contra una pared en un arrebato de su propietario, se desintegra. Ergo, si el impaciente desea conservar alguna posibilidad de oír la voz añorada debe presuroso y sobre todo provisto de sus ahorros, correr en pos de otro aparato que, seguramente, será aún más pequeño y frágil que el anterior. A esto añádese su potencial letalidad si es que el desequilibrado en cuestión, en vez de revolearlo se lo traga. Esta posibilidad que, en principio, puede parecer novelesca, no lo es tanto si uno mira alrededor: hay allí todo un arsenal de minúsculos celulares que, cómodamente, podrían ingresar en las humanas fauces.

En suma, estamos otra vez en el inicio: esperar un llamado telefónico es una tarea ardua. Y lo más curioso y a un tiempo irritante, es que en el origen de nuestro infortunio se halla la más aparentemente inocua de las frases: “te llamo”. Y uno ahí, día tras día, aferrado a esas palabras (y al teléfono), echando raíces, verificando tono, mensajes, llamadas perdidas, como si por milagro algo hubiera sucedido en los siete segundos en que le quitamos los ojos de encima. Y una voz, acaso la de nuestra razón, grita, chilla, aúlla: “¿¡Cómo no lo vas a oír si suena como la sirena de los bomberos y además vibra y está en el bolsillo de tu pantalón!?” Pero en estas circunstancias ¿alguien presta oídos a la voz de la razón?

Y cuando finalmente suena, si es que suena, seguro que era más sencillo de lo que habíamos supuesto. Mas lo padecido, padecido está; el saldo de la espera está. Y si entonces llega la calma, debida al llamado (bue... está bien, al Rivotrill y al Alplax), tal vez recordemos a Lope y nos digamos, parafraseándolo: “esto es la espera: quien la probó lo sabe” .

6 de julio de 2006

Gestos

Después de larga espera, subo a un colectivo en el preciso instante en que una pareja se despide. Ella desciende y entonces él, la mira, largamente la mira. La mira hasta que ella se diluye en la noche. Y yo pienso: "¡qué cursi...y qué hermoso!"

22 de junio de 2006

Navidades herejes

En la insoslayable conversación homofóbica de la sobremesa navideña, mi muy católico primo cuenta el siguiente episodio:

Dos sacerdotes (para más datos, amigos suyos) miran TV en el momento en que actúa Antonio Gasalla. Entonces, uno de ellos dice: “¡Qué cara de trolo tiene!!” Y el otro agrega: “ Y voz también“. Por supuesto, el primero entiende “y VOS también” (y bue... por muy curas que sean hablan en argentino), ergo, se atraganta en un prolongado “Ahhhhhhh”. Y el segundo, el mal pronunciado, desesperado, aclara: “Nos vos, sino la voz que tiene”. Y el primero; “Ahh“ (esta más breve) Sobreviene la calma eclesiástica.

La cuestión es que, sospecho, en esos segundos de confusión, el escarnecido habrá deseado para el ofensor tormentos varios que van desde un campamento de refugiados en África, pasando por el infierno, hasta llegar a una semana al servicio del Papa Juan Pablo II (esta historia es pre Benedicto XVI, y no creo que, de haber sucedido en estos tiempos, el insultado hubiera ido tan lejos con sus malos pensamientos)

Terminado el relato, y como corresponde a un grupo de machos arrrgentinos, nos reímos a mandíbula batiente. Pero lo que nadie dijo, y estoy seguro rondó los masculinos cerebros de mi familia, excepto claro está, el de mi muy apostólico primo, es por qué habría de sorprenderse tanto el cura de que lo creyeran puto, ya que todos lo son. Porque, para el argentino medio todos los curas son putos, o al menos algún “defectillo” deben de tener, pues si no, no se entiende que no garchen.

Y entonces, me imagino a cualquiera de mis tíos preguntándome (como estudié letras, todos me toman por una especie de diccionario ambulante): “Eh, sobrino: ¿cómo le dicen a no garchar?” Y yo: “Celibato, tío”. Y mi tío: “Sí, ahora le dicen así.... “

14 de junio de 2006

El acontecimiento perdido, como animal hambriento muerde la conciencia. Y con cada dentellada: el dolor. Mas nada puede hacerse. El pasado permanece en las sombras, quieto. Y no obstante, una vez y otra y otra más, sobre él nos arrojamos, esperanzados de hallar en sus entrañas ese secreto que volviera transparentes nuestras vidas.

8 de junio de 2006

Que la imagen de alguien ya nunca se pose en nuestras pupilas parece improbable en una ciudad como esta, tan indigente de recovecos, tan aquí nos conocemos todos. Y sin embargo, sucede: hay gente que se nos cae de las agendas, gente cuya voz jamás vuelve a asomarse a nuestros oídos, gente que, de una vez y para siempre, hace sonar una llave en una cerradura…

Así ocurre: en un momento están y al siguiente, como por un pase de magia, se esfuman sin dejar siquiera una estela tras de sí. Pero pese a esta carencia algo subsiste, flotando, disperso, algo que en cuanto alcanza cierta concentración se asienta en el pecho, desde donde asciende hasta la garganta y allí permanece. Algo que acaso sólo encuentre salida en los poemas que les escribimos a esos, los que sigilosos, desertaron de nuestras vidas.