23 de julio de 2012

SIN REMORDIMIENTOS





Cuando el deseo es reposar
en cama de caoba
al alcance de la mano
las arcas rebosantes
ni sudor ajeno
ni hímenes expropiados
perturban el descanso

las dudas
las desazones
-bravos mastines para otros- 
no alteran la regularidad
de la respiración de los durmientes
que durante el día tienen
por corazón una billetera

sin tormentos duermen
sin latidos que los delaten
porque solo ellos conocen
-creen conocer-
la certeza.

7 de julio de 2012

LA PENA SE ENDURECE




Como la mayoría de los ancianos, en muy contadas ocasiones mi abuela abandona la idealización de su juventud para recordar los tiros lencinistas sobre su casa radical, la genuflexión ante el patrón como ante un dios del Olimpo, los granos de maíz en la esquina del salón de clases, la naturalización del golpe del marido a la esposa. Ante semejantes espectáculos no es extraño que se endulce el pasado, porque hacerlo equivale, quizá, a soportarlo.

Pero esto que referido a un solo sujeto suele ser inocuo, ¿no es muy perjudicial en términos colectivos? Porque ¿no es dañino que tras un episodio de inseguridad, como mala hierba, suelan esparcirse los “si implantan el estado de sitio esto se compone”, “los derechos humanos son para los chorros” o  “cuándo se ha visto semejante cosa”, que borran de un plumazo, por ejemplo, décadas de violencia política, mafias europeas instaladas en nuestra “Litle Chicago”?

Lo paradójico –y no tanto-  es que este discurso sea enarbolado por sujetos tales como el tío Roberto (todos los argentinos tenemos uno), ese que siempre consigue cosas  “baratísimas” en tiendas ignotas de los márgenes; o el Dr. X (sustitúyase, preferentemente, por un doble apellido) que aparece en los programas de sociedad locales celebrando el “récord-de-exportaciones” que consiguió su bodega esta temporada y que tiene obreros durmiendo cual golondrinas en nidos de gramilla. Gente que se encuentra en la vanguardia de los reclamos de justicia, pero que, sin embargo, no titubea en entrar en tratos con los más diversos estamentos judiciales a la hora de evitar que algún miembro beodo de su familia se ensucie las zapatillas con la bosta de alguna comisaría.

En fin, que la enumeración podría continuar casi indefinidamente, aunque no es esta una enumeración caótica pues la rige un patrón: la inequidad. ¿A qué me refiero? Pues a que si bien todos o casi hemos sido víctimas del delito y nadie disfruta perder lo que su buen esfuerzo le ha costado, convengamos que hay un mundo entre una bicicleta y una mano (“deberían cortarles la mano como hacen los turcos”) o una vida (“mátenlos a todos”). Porque ¿qué habría que hacer entonces con los ingenieros que entregan barrios construidos con materiales de baja calidad? ¿Y con los empresarios que se llenan los bolsillos con la venta de medicamentos truchos? ¿Y con los jerarcas de la policía que viven de la rapiña cuando no del narcotráfico? Es probable que la respuesta sea idéntica: la pena de muerte. Pero esta respuesta, a qué negarlo, si no es perversa, es ingenua. Porque ¿cuántos millonarios dieron sus últimos coletazos en la cámara de gas en el estado de Texas?

¿Cómo corregir estos desequilibrios? Ah si hubiera una fórmula. Siglos de pensamiento filosófico no han dado con ella. En cuanto a mí, lo que se me ocurre en este momento es que, pese a este relativo clima de paz social que vivimos, deberíamos comenzar por desechar nuestras fantasías con cinematográficas campiñas inglesas (donde también, esto lo aprendimos en los libros, se cuecen habas): toda ciudad medianamente grande, donde se vive entre desconocidos, implica un cierto grado de inseguridad. Asimismo, veo en la solidaridad otra salida. Es decir, aunque entiendo las críticas al asistencialismo, no las comparto. Porque si bien no es una solución definitiva, ¿lo es el abandono? No puedo dejar de pensar lo que una amiga psi me dijo una vez: “de la sobreprotección se vuelve, del abandono, no”. Y me pregunto si es legítimo pretender de los abandonados de la década neoliberal una adecuación estricta a normas que nunca fueron del todo suyas. Me pregunto si alguna vez los penales dejarán de ser lugares donde se pena para transformarse en lugares donde se aprende.

Todo esto al margen de que la ley no debe ser promulgada en caliente. O sea, es entendible (otra vez ¿será que soy demasiado comprensivo?) que ante un episodio de violencia se levanten estas voces (desequilibradamente) justicieras. Sin embargo, el legislador no debería ceder a estas presiones, pues se supone que la ley es el instrumento que regulará las relaciones entre los miembros de una comunidad durante un extenso período de tiempo y, en consecuencia, no debe ser hija de la coyuntura, mucho menos de los espurios deseos de publicidad de los empleados de la casa de las leyes.