1 de agosto de 2006

La saliva, de ordinario viajera imperceptible, hoy morosa, erizada de espinas por mi garganta se arrastra; y mis pulmones, olvidada su muda mansedumbre al tabaco, emiten rugidos que remedan los de alguna bestia: y entre acceso y acceso de tos siento mi cuerpo acercarse, trepar, alcanzar el centro de mis pensamientos: vuelvo entonces a ser un niño indefenso, urgido de las manos, la mirada y las decisiones de su madre.

( Y tendido en el horizonte, amenazador, el invierno)

Estoy enfermo, y extraviarme en esta maraña de secretarias, carnets, esperas y gestos y gastos y papelitos y horarios, me llena de tristeza; la recurrencia de estos estados (síntoma del ingreso en esa edad en que el cuerpo da cuenta de la acumulación de días y maltratos), me llena de tristeza, tristeza a cuya sombra, vigoroso, crece un fastidio demente hacia todo lo que rebosa lozanía, juventud.

Y en esta noche de vapores y ungüentos, en que la enfermedad sobre mí se despeña, no hay idea, por luminosa que sea, capaz de hurtarme a este lugar.

3 comentarios:

Fragaria Vesca dijo...

¡avanti, morocho! no deje que el vapor de la tristeza le empañe los cristales con que sagazmente se asoma al mundo. No habrá resfrío, gripe ni abstinencia que deteriore esa esencia suya, tan cara a los que le queremos. Mejoresé pronto.

sergio dijo...

Fragaria querida: le agradezco sus buenos deseos pero en este momento no estoy enfermo, aunque he pasado gran parte del otoño y el invierno engripado. Recuerde que este blog sería algo así como un diario íntimo con dilay (?).

Hernán Schillagi dijo...

Para ser coherentes con el dilay, esta es la tercera vez que entro y por fin puedo comentar algo. Toso sobre el teclado y una fina lluvia salival humedece las teclas y todo lo que escriba de aquí en más será sólo para llorar. Así que chau!