29 de enero de 2008

COLETTE, SIMONE, MARÍA Y YO

CLAUDINA EN LA ESCUELA
Por María Moreno.

"A los catorce años no me gustaba leer. En cambio miraba televisión durante casi todo el día. Veía Any Okley, El hombre del rifle, Papá lo sabe todo, Doctor Kildare, Pero es mamá quien manda. Había dejado el colegio, me veía feísima y eludía toda invitación con una frase que repetía como un mantra y con la que pretendía disimular mi angustia: “La verdad es que me da lo mismo”. Se me diagnosticó una depresión. Mi madre, amén de obligarme a dar libre el tercer año del secundario, pretendió ofrecerme una salida cultural. Cada tarde me llevaba a la librería Santa Fe que por entonces, creo recordar, quedaba entre Larrea y Azcuénaga. No compraba nada pero le gustaba detenerse a hablar con el librero que se llamaba Bernardo Carey; allí mismo, en alguna de las mesas, estaba su libro Adiós a la izquierda. Con vago interés yo miraba sus ojos celestes, sus anteojos de aro grueso y su mechón de pelo sobre la frente. Todo encajaba. Caramba. Aquel hombre no sólo era de izquierda (¿un comunista?) sino que ya había dejado a la izquierda atrás. Mucho no me impresionó puesto que seguí mirando televisión incansablemente.

Pero hubo una vez en que mi madre sí me compró un libro. En la tapa una joven de largo vestido romántico y pelo hasta la cintura, posaba frente a un pupitre; se llamaba Claudina en la escuela y era de Colette. Algo en la actitud de Carey me hizo sospechar que no era un libro para menores: una manera de desviar la atención de mi madre hacia otros libros cuyos títulos no recuerdo. Pero no la persuadió de que lo cambiara. Claudina en la escuela comenzaba así: “Me llamo Claudine y vivo en Montigny; aquí nací en 1884; probablemente no muera en este mismo lugar”. La frase era insolente, directa, prometía ¡Y cuánto! Las compañeras de Claudina se daban pellizcos, mascaban el lacre de las cartas y se hacían salvajadas inimaginables en un pueblo descrito como poco avispado. Sin embargo, eso no era todo. La directora de la escuela de Montigny era amante de su asistente y algunas alumnas, como la perversa Agnés y la débil Luce, formaban parte de ese lesbos adonde también había un voyeur, el dr. Dutertre, que manoseaba a las niñas y se acostaba con la maestra. Encima Claudina no tenía madre. La mía, en cambio, alarmada por mi expresión visión viciosa, la tele apagada y Claudina en la escuela siempre abierto, me quitó el libro y se ofendió a distancia con Bernardo Carey.

El psiquiatra me había recomendado terapia laboral, así que empecé a ayudar con los deberes a un par de chicos del barrio. El primer cobro me bastó para volver a la librería Santa Fe. Bernardo Carey me dijo que Claudina en la escuela no era un libro para chicas, pero me guiñó un ojo mientras me lo envolvía. No me preguntó que había pasado con el otro. El psiquiatra y la terapia laboral estaban de más. Colette me había curado al prescribirme para siempre el deseo de felicidad, la soberanía solitaria y el cultivo de todos los usos del pecado mortal. "


MONIQUE EN SU DIARIO
Por: Sergio P.
Cada vez que enfrento este texto (sí, lo he leído varias veces, incluida esta en que lo tipeé) me pregunto cuál de los libros que leí produjo en mí un efecto similar. Si me remonto a mi adolescencia, tampoco yo leía demasiado y sí -como Moreno-, veía mucha tele. Obviamente mis programas favoritos eran otros: V (invasión extraterrestre), El caminante, Brigada A, Los profesionales (que comparados con los de la Canosa eran unos ángeles), Las Vegas, Robotech.

Respecto de los libros, si bien de tanto en tanto hojeaba alguno, no sentía que ninguno contara entre sus habilidades la de modificar sustancialmente mi vida. Pero un día algo debió de suceder, algo importante, pues desde ese instante ya nunca pude apartarlos de mi lado.

“La mujer rota” de Simone de Beauvoir, es el primer título que me viene a la mente. Sí, ese fue uno de los primeros libros “serios” que leí. Antes había transitado por alguna colección infanto-juvenil. Pero a nivel de shock, a no dudarlo, ese fue el primero. Me impresionó sobre todo que la gente pensara tanto en su vida y en la de los demás, que la existencia fuera objeto de análisis. Sí, era eso, algo tan diferente de lo que veía a mi alrededor, donde la gente se ocupaba de sus asuntos (de los ajenos, también. Chismes que le dicen), pero no examinaba demasiado. Y yo quería eso. Yo ERA eso. Los que me conocen lo saben. De pronto sentí que cuestionarme las cosas no me hacía un bicho raro, o sí, pero no el único. Y eso, de algún modo me tranquilizó.

Y ahora la pregunta (sé que a algunos les fastidia este tipo de post, pero sabrán entender, es verano y no se me ocurrió otra cosa y, además, el texto disparador es hermoso) ¿qué libro causó un verdadero revuelo en tu vida? ¿por qué?

10 comentarios:

Anónimo dijo...

No será original pero siempre es motivador indagar en las propias lecturas...En mi caso, todo se disparó seriamente con Cien años de soledad...Lo mejor es que su lectura también surgió de la tele (la novela de Andrea del Boca)y me alejó de ella. En la novela, su amor se la regalaba...y yo quería saber por qué...La leí pero no entendí el emnsaje amoroso...en cambio entendí que la literatura era mi camino...

Anónimo dijo...

Otros de los libros iniciales son y siguen siendo muy especiales: Shunko y El tigre de Santa Bárbara...Y volvemos a la base de todo...La literatura encierra vida y te la regala en cada palabra...Cuando se entiende eso el pacto está sellado...

po(br)esía dijo...

Mi planta de naranja lima. Hay una íntima conexión entre ese libro y mis cuatro años de terapia por depresión. En una lectura post-facto uno confunde todo, como los historiadores. Sin embargo, yo sé que en esa confusión hay una certeza operativa, de esas que me sirven para contestarte ahora.
Y el último libro que leí y me shoqueó es de una compatriota suya, se llama Muerta de hambre, de Fabiana García Lao, editado por El Cuenco de Plata.
Entre medio de ellos dos hay un montonazo de libros, pero dos particularmente memorables: las obras completas de Alejandra Pizarnik y la poesía completa de Hugo Mujica.
O mi mundo es chiquito o ellos son muy grandes. Una de dos.

Gracias por su comentario en mi blog. Si pasea verá que hay más.

Saludos!
s | p

Luis Guillermo Franquiz dijo...

"Sus anhelos eran vagos, poéticos. Si se le hubiera preguntado de pronto qué estaba esperando, hubiera podido contestar: 'Le marveilleux'. Su ansiedad no procedía de ninguna región precisa de su cuerpo. Era bien cierto lo que alguien dijo de ella después de que criticara a un escritor a quien había conocido: 'No puedes verlo tal como es; no puedes ver a nadie como realmente es. Él tiene que decepcionarte a la fuerza, porque tú estás esperando 'a alguien'.
Esperaba a alguien cada vez que una puerta se abría, cada vez que asistía a una fiesta, en cualquier reunión, cada vez que entraba en un café o en un teatro".

El fragmento es parte del relato 'Elena', incluído en Delta de Venus, de Anaïs Nin. Desde el primer momento en que lo leí, supe que no estaba solo. Allí estaba una mujer que escribía acerca de mis propias dudas, sobre esos demonios inciertos que me acechaban desde las esquinas de mi mente. ¿Cómo no sentirme impresionado? De allí a sus diarios hubo sólo un paso. Puedo afirmar, hoy, que escribo porque ella me inspiró de una forma sobrenatural.
La interrogante que nos planteas en esta oportunidad es muy interesante. Fue maravilloso hurgar en las razones de ciertas manías.
Gracias.

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Un libro que realmente conectó con mi vida cuando esta no era un cúmulo de obsesiones intratables, sino, por el contrario, era simple y acción pura fue "Violeta" de Whitfield Cook. ¿Se acuerdan esa chica decidida, inteligente, que arreglaba y a la vez complicaba la vida de todo el mundo? Siempre recuerdo esa mirada desafiante que tenía en la colección roja Billiken, sus trenzas y sus lentes. Durante mucho tiempo, a los doce, me hice esas trenzas. Yo era Violeta y lo fui hasta los diecisiete.

sergio dijo...

Ntt: Ya lo hablamos y jamás entenderemos los motivos de un galán para recomendarle a su chica semejante libro. Tal vez, sólo tal vez, quería quedar bien, parecer más "intelectual".

sergio dijo...

Pobresía: no me imagino a qué pedagogo pudo ocurrírsele la idea de explotar los sentimientos mas bajos en una escuela. Pero por el efecto que suele suscitar Mi planta de naranja lima, no sólo ese maestro era perverso. Los niños también lo son.

sergio dijo...

Luisgui: la de Anaïs Nin es una lectura que me debo desde que vi, hace unos cuantos años, Henry y June (que dicho sea de paso nunca entendí por qué llevaba ese título si la verdadera protagonista era Anaïs) Prometo revertir en breve, pues ud sabe que enloquezco por diarios, memorias y autobiografías.

sergio dijo...

María:

Qué interesante que una adolescente lleve a su vida algo que ha leído en un libro. Y después dicen que la literatura no tiene ninguna influencia en la vida de la gente.

Anónimo dijo...

Señor Pobresía, la mendocina que menciona (permitame el retruécano) se llama Fernanda García Lao (no Fabiana)y es el mejor secreto a la vista de la literatura independiente. Yo leí sus dos libros por recomendación de mi librero amigo (pablo) y quedé encantado o conmovido, que es lo mismo para mí. Ahora lo recomiendo a todos porque me gusta ser el primero. Je.