25 de abril de 2008

Oh, bienamada palabra
Teresa Arijón.


La piel, los huesos, la sangre puestos en esta tarde que aunque idéntica a otras –un fósforo alineado junto a sus compañeros en la caja-, es única.
Afuera, discreta, la lluvia.

Adentro, desde sus fotografías algunos difuntos queridos me custodian. Pero ¿lo hacen?, pues, prendida a sus ojos viene la que desde siempre me espera, la que sabe que suyo será el triunfo. Y un dolor, ladrón de aire y ganas, me roe, me hunde…

Sin embargo, mientras escribo, soy; los truenos, la tinta, el árbol de humedecido traje lo dicen. ¿Qué importa que mañana, como un tren con un pasajero menos, todo siga sin mí? Escribir hoy aquí es suficiente.

Es más, diría que lo es todo.

9 de abril de 2008

Eras las manos cuyo fuego apartaría por fin las mías de lápices, cuadernos y obsesiones; la boca de la cual brotarían con renovado brillo aquellas palabras, las siempre dichas; los ojos en los que, como en habitación refrigerada en verano, se hallarían a gusto los míos. Eras la esperanza.


Y ahora, no sos más que otra estampita iluminada en el altar de mis fracasos, otro nombre arrancado de las agendas, otra voz ahogada por los sicarios del silencio. El viento llevándose la última ilusión.