15 de abril de 2012

VARIOS EFECTOS DE LA LECTURA


Al filo de las 2 am subo a un colectivo. En cuanto me acomodo, con la ansiedad de quien quita el envoltorio de bombón tentador, busco en mi bolso el libro que me ha acompañado los últimos días. Vuelvo entonces a sumergirme en las vidas de unos pibes del conurbano bonaerense. Pero esto no dura sino unos minutos. Dura hasta que el chofer, sin consultarme claro, oscurece el coche. Resignado, me dispongo a dormir. Unas cuadras más adelante, sin embargo, ante una estampida de viajeros el colectivero enciende nuevamente las luces para ya no volver a apagarlas. Como todavía el sueño no me asalta y nadie entre los recién llegados despierta mis fantasías eróticas, regreso a la lectura. Estoy ahora en la historia de Mauro y Nadia, dos que se conocieron en un penal cuando ella visitaba a su hermano y él lo “penaba”.

Que la gente suba y baje, baje y suba es tan natural en un trasporte público que uno no suele prestar demasiada atención a ese movimiento. El asunto es que esta noche, cuando casi todos han bajado, alguien sube. Y lo sé porque se sienta junto a mí. Si reparo apenas en el nuevo pasajero es porque justo en ese instante Mauro cuenta cómo por andar en el boludeo de las pastillas el “Frente” Vital se perdió el botín suculento de un robo en la zona de Pacheco. Por el rabillo del ojo percibo que mi compañero a poco de llegar se pone de pie y se dirige hacia la parte delantera del vehículo. Le dedico un pensamiento: seguro un problema con el vuelto. Muy bajo, casi desde otra dimensión, oigo un cruce de palabras. Otro pensamiento: uy, sí, problemas de plata. Entonces, el pasajero se baja. Tercer pensamiento (¿efecto de la lectura?): ¡lo echan por el look wachiturro! Vuelvo al libro y… PUM: una detonación aparta mis ojos del libro y mi culo del asiento. Es que el muchacho, esto me lo informarán después, encañonó al chofer, le arrebató la billetera y le exigió que abriera la puerta, y luego, para disuadir a un potencial cocorito, disparó un tiro al aire.

Unas paradas más adelante, no muchas, desciendo. Camino hacia mi casa en compañía de otro de los pasajeros, mi informante, un anciano al que la proximidad le proveyó los detalles más jugosos del episodio. Lo curioso es que su descripción del asaltante le cuadra a cualquiera de los protagonistas de Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Por supuesto adereza su relato con observaciones del tipo “en este país los derechos humanos son para los chorros” o “si implantaran el estado de sitio verías como todo esto se acaba”, con las que, por supuesto (¿otro efecto de la lectura?) no concuerdo. Pero guardo silencio. Hoy no me interesa discutir con un desconocido. Además no sé si sabe de los muertos que hablaron de aquella noche en un basural de José León Suárez.

El caso es que comienzo a sentir un cierto fastidio. Como descarto que se deba a las opiniones de este señor pues el lugar común argentino suele tenerme sin cuidado, comienzo a buscarle razones más plausibles. El fastidio me está dirigido. Pensar en todas las situaciones que dejé escapar por estar leyendo, me fastidia. Me fastidia mi preciso estar en otra parte. Me fastidia no recordar dónde leí estas palabras... Pero a poco de aparecer, como nuestro asaltante, el fastidio se esfuma. O mejor, se transforma, muda en una especie de agradecimiento. Sí, eso es, agradecimiento a los libros leídos, porque fueron ellos quienes me libraron de decir y –peor- de pensar las cosas que este señor, y el medio donde crecí, piensa y dice.

Con la llave en la cerradura de la puerta de mi casa, esbozo una sonrisa a propósito del juego de palabras que acaba de ocurrírseme entre libro y libró que, mal que les pese a los detractores de la ortografía, no puede ser sino (otro, el último) efecto de la lectura.

5 comentarios:

Hernán Schillagi dijo...

Sergio: cuánto me regocija esta crónica algo ensayística dentro de su Planeta. No es que los poemas no sean bienvenidos, pero una brisa de cambio se agradece. Aunque no me entusiasmo mucho, ya que, de seguro, se tomará Ud. una docena de meses en escribir otra vez en prosa, jaja.

Con respecto a los impensados "efectos" que la lectura hace en nosotros, me parece muy atinado su planteo: por un lado nos abstrae del mundo, pero por otro, nos hace ver la realidad de un modo más tolerante. Es decir, leer nos suma vida, experiencias extraordinarias; como en el caso de la novela de Cristian Alarcón. Allí el mundo marginal crea sus propias leyes y se desentiende de las creadas por la "miedosa" civilización.

Ya lo he dicho por ahí: leer no nos aleja, nos vuelve más alertas.

Muy bien narrada la crónica, además invita a pensar y a seguir -por supuesto- leyendo.

Marisa Perez Alonso dijo...

Coincido totalmente con Hernán en lo vivificante de su ensayo. Para el que lee se vuelve el mundo una partitura con clave descifrable y para el que no lo hace, las mismas gastadas palabras que otros construyeron para que repitamos sin preguntarnos más. Siento que yo oscilo, depende del tema tratado, entre estas dos posturas. Le agradezco que usted no, siempre es bueno construir oraciones nuevas con las palabras de alguien inteligente. ¡Siga adelante con los ensayos! Por favor...

sergio dijo...

Hernán: la verdad que anoté los efectos que me produjo esta novela. Si tuviera que anotar todos los efectos podría escribir un libro como el de Manguel (de la extensión, no de la calidad porque la verdá no me da el piné). Para mí leer está dentro de las necesidades fundamentales de la vida. No concibo mi vida sin libros. Aunque no soy tan ingenuo como para no darme cuenta que esto es una expresión y solo eso, pues si se diera ese caso seguiría tan vivo como siempre. El caso es que seguro estaría más aburrido. Y mientras tenga un libro interesante cerca nunca voy a aburrirme.

sergio dijo...

Marisa: muchas gracias por tu comentario. Siempre es un placer leerte. Ah y te felicito por la publicación de tu nuevo libro. Ahora que me acuerdo lo voy a facebookear ja

HORACIO FONTOVA dijo...

Muy buenos ensayos, Sergio. No te conocía y es un placer. Tus poemas son ese tipo de realidades que desde hace mucho esperan ser descubiertas, y lo hacés muy bien.
Me gustó mucho "Dos tejidos", me dieron ganas de darte un abrazo. Y aquí va.
Abrazo!