
A falta de nombre más reconocible, la llamaremos “Cuatro de copas I”. “Cuatro de copas I” testea su supuesto embarazo frente a las cámaras. Mientras, en clandestina escucha telefónica, “Cuatro de copas II” pone en duda la co-autoría de “Cuatro de copas III” en el supuesto fruto del vientre de “Cuatro de copas I”.
Y Suller o Pradón -para el caso es lo mismo-, perdidos el cuarto de hora y la cintura, urgidas, desesperadas por una renovación de su contrato con las luces.
Y una procesión de culitos magros, duros como piedras pero pequeñitos, provocando la cascada de babas que emerge de las fauces del padre de familia que oficia de conductor.
Y la Nazarena de mi corazón, lacrimosa y empastillada, arrastrando su séquito de “el hombre de mi vida”, “lo hago por mis hijos”, aguijoneada por punzante dilema moral: tener o no tener…¡códigos!
Y yo, miserable desde que no veo tus ojos, ansioso de que la sangre llegue al río, lo desborde; que esta siesta insomne merezca la pena.
Y ojalá fuera solo yo el tonto que tan tontamente despilfarra sus vacaciones forzadas por la pandemia. Pero no. Bien me sé miembro de una secta multitudinaria: la de los que cada día reciben su dosis de adrenalina echados frente al televisor.